Los iberos diferían entre sí en función de su ubicación en el litoral o en el interior, cerca de los asentamientos griegos de Cataluña o de los púnicos de Andalucía y Levante, de su mayor o menor grado de urbanización, de su forma de gobierno monárquica o aristocrática, de su dedicación prioritaria a la agricultura, ganadería, minería o comercio, entre otras muchas variables. Todo ello nos está hablando de la tremenda falacia que supuso hasta fechas recientes el considerar a todos estos pueblos miembros de un solo mundo o universo político.
Hoy se considera que su nexo de unión -además de su diferencia con los pueblos del interior peninsular, menos desarrollados en técnicas y modos de organización política y social-, es fruto de un aprendizaje realizado a partir de las culturas del Mediterráneo oriental que allí dejaron sus huellas. Se puede hablar de un 'universo cultural', a pesar de los innumerables matices.
Los griegos dieron a la península el nombre de Iberia y a pesar de la enorme diversidad de culturas, reinos, lenguas y tribus que poblaban la península por aquel entonces, llamaron iberos a todos sus habitantes. Desde un punto de vista histórico, la evolución de los iberos se puede dividir en tres etapas: su llegada e instalación (antes del siglo V a.C.), la consolidación y organización en grupos independientes (siglos V-III a.C.), y la romanización (siglos III-I a.C.), la cual encontró dificultades a causa de su amor a la independencia y de su carácter indómito, y de la oposición de caudillos como Indíbil y Mandonio.
Después de haber creído que los iberos procedían de Asia o de África, hablar hoy de su procedencia exterior no tiene sentido: todo hace pensar que no fueron las migraciones de pueblos las responsables de los cambios culturales de la protohistoria peninsular, sino que ésta evolucionó sobre la base de sus propios antecedentes. Los iberos son las mismas gentes que había en la Edad del Bronce y en el Hierro antiguo, pero con otro cuadro de relaciones externas y otra cultura. La diferencia está en que, en un momento dado, pasaron del anonimato a recibir un nombre que ha permanecido en la historia.
La arqueología fecha la cultura ibérica en la segunda Edad del Hierro, entre el 600 y el 50 a. C., que es una etapa de renovación tecnológica, económica y social en la que aparecen las sociedades complejas en toda Europa.
Los asentamientos se implantan de distintas maneras. O bien se producen concentraciones de núcleos dispersos en centros que se amplían y se rodean de murallas con torres, a la vez que un número limitado de casas multiplica su superficie y diversifica sus funciones, o bien, en algunas regiones, la población principal genera asentamientos secundarios especializados, ya sea en la agricultura o en la defensa y vigilancia de las tierras circundantes. La interpretación de los restos funerarios va en el mismo sentido. Hace años se destacaba como algo singular el carácter incinerador de la cultura ibérica. Sin embargo, hoy se ha visto que hay cremaciones de cadáveres en distintas culturas desde épocas mucho más antiguas que la ibérica y que la costumbre de quemar los cadáveres no es más que una parte del ritual. Se ha podido observar que, si bien es absolutamente cierto afirmar que todos los pueblos iberos son incineradores, no hay una práctica ritual uniforme y generalizada, distinguiéndose formas variadas en función de distinciones sociales.
En las regiones comprendidas entre el sur de Valencia y Sevilla y Córdoba aparece con la cultura ibérica el monumento funerario ornamentado con esculturas. Constituye la primera manifestación artística que reitera la categoría del fenómeno de la cultura ibérica. A partir del 500 a. C., el lenguaje de las imágenes artísticas da a conocer el mito ibérico: las luchas heroicas, la victoria sobre fuerzas animales amenazantes -como el grifo-, el tratamiento del aristócrata-guerrero y del aristócrata-jinete preceden la aparición de las figuras femeninas, como la Dama de Baza, en grandes tumbas. Las representaciones artísticas proseguirán su curso en los santuarios o en las decoraciones cerámicas.
Algunas de las más conocidas obras de arte íberas que han llegado a nuestros días son: El guerrero de Moixent, la dama de Elche, la dama de Baza, el Oso de Porcuna...etc.
Podemos visitar asentamientos íberos y santuarios en España en lugares como Moixent, Castellar (Jaén), Tolmo de Minateda, ciudad ibérica de Meca (término municipal de Almansa) , Puente Tablas, Cabezo de Alcalá, Cerro de la Cruz (Córdoba)...
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